Extracto del discurso pronunciado por el Padre Castagnet en 1958.
“Vivimos la hora de la revolución más profunda y universal que haya conmovido jamás al hombre a lo largo de su historia…un cambio rápido, brusco y violento que altera el ritmo de la natural evolución de las cosas. Revolución ésta, a la que aludo, que afecta hoy todos los órdenes de la vida, ya que apenas habrá una actividad humana al margen del vértigo de las más hondas y radicales transformaciones (…) Revolución social, vuelco de costumbres, de modas y modalidades, tan fuertemente arraigadas al parecer en la naturaleza de los pueblos que nos sorprenden hayan caído barridas por el ímpetu del temporal que nos azota. Rebelión de la razón contra la fe, rebelión del sexo y del instinto contra la razón, rebelión de las masas, del estudiantado, rebelión de los hijos…Y, mientras tanto, la revolución universal y profunda, invade los campos de la economía y el arte, de la industria y de la ciencia: el hombre se asoma a las honduras infinitesimales del átomo cuya misteriosa y potentísima energía libera y se lanza hacia los inconmensurables abismos de los espacios siderales. Nada o casi nada queda en pie del mundo que conocieron nuestros mayores, al exhumarse el pasado siglo XIX, y lo poco que aún resta no es necesario tener carisma de vidente para vaticinar su pronta liquidación (…) Es la primera vez que una revolución adquiere dimensión universal…Algo muere pero algo nace. La muerte de un mundo es el nacimiento de otro. Sin embargo una angustia nos asalta, una inquietud mayor que la de ver hundirse un estado de cosas que rodeó nuestra cuna, nuestra infancia y nuestra juventud; es la duda acerca de la configuración de este mundo nuevo que surge entre tantas ruinas y de la esperanza, fiel compañera de toda expectativa.
¿Qué parte le tocará a la Iglesia, que por ser divina sobrevive al naufragio de todas las instituciones, en la gestación de la nueva era? Ella, es cierto, tiene asegurada su perennidad: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”…Esas fuerzas de unidad y universalidad (catolicidad) en el gigantesco movimiento que agita hoy al género humano y que tienden ostensiblemente a aflorar nos hablan de sus innegables posibilidades. La Iglesia tiene delante de sí una tarea y una responsabilidad inmensa. Casi estamos tentados de decir que juega el todo por el todo, vistas las mismas características que va adquiriendo el nuevo orden. ¿Será pues la edad cuyas primeras luces se avistan en el horizonte, la edad de Jesús, la edad del Cristo Total, según la frase de San Agustín? ¿Aquellos rasgos acusados del Cristianismo medieval, pleno de sentido de lo espiritual, de lo eterno y de la dependencia de Dios, vendrán por fin a confundirse en un abrazo con los rasgos vigorosos de la época actual, con su sentido de lo material, de lo terreno y de la libertad? Espíritu y materia, alma y cuerpo, autoridad e independencia, inteligencia y músculo, capital y trabajo, Iglesia y Estado, Nación y Humanidad, Dios y hombre, iniciarán la edad de la reconciliación y de la armonía, madre del orden y de la felicidad? Para preparar su advenimiento, necesitamos precursores.
Los que vayan delante del Cristo esperado allanándole sus caminos, abriendo brechas, anunciando su nombre y la inminencia de su reino definitivo. Los que quieran llenar función (“Adimple Ministerium”) integrándose a ese mundo complejo renovando la hazaña de la encarnación, haciéndole asumir al Cuerpo Místico de Cristo que es su Iglesia, todas las realidades terrenas.
Precursores de Cristo en la nueva concepción de la política que no debe ser de partidos sino de común de hombres y de pueblos en un mismo bien común.
Precursores de Cristo en la prensa, en la radio, en la televisión, en el cine y en todos los medios de difusión de ideas que al gravitar tan decididamente sobre las inteligencias configuran una mentalidad, infunden un espíritu.
Precursores de Cristo en las profesiones y en la ciencia que se destaquen como figuras eminentes, solicitados por la fama de sus conocimientos y de su probidad.
Precursores de Cristo en las industrias y en el campo, en el comercio, en los negocios y en las empresas, donde marchen a la vanguardia con empuje progresista pero guiados por la Justicia y la Caridad.
Precursores de Cristo en las distintas ramas del arte, mensajeros del hálito de Dios en la limpia belleza de las formas.
Precursores en fin, de Cristo, en las fraguas alimentadas por el fuego del Amor y de la Sabiduría donde se forjen las almas una a una en la vocación a que el Señor las llame en la armonía de una sociedad orgánica y jerarquizada.
Y aquí me detengo, señoras y señores, porque este es el punto de partida de todo lo demás y lo que nos ha inducido a iniciar nuestra obra hace menos de tres años. He dicho obra y no colegio porque entiendo que aunque hayamos comenzado por éste, nuestra intención ha sido clara y manifiesta que nos sirviera de base para una empresa de mayor envergadura.
Un colegio, de acuerdo al concepto que hoy priva acerca de él no satisface en la actualidad a las exigencias de una formación integral de la juventud como la que demanda el mundo en cuyos umbrales nos encontramos.
Es preciso salir a lo que se ha dado en llamar ciudad-escuela. Toda una organización de instituciones menores semejantes a las que los hombres del mañana deberán constituir e informar de espíritu genuinamente cristiano. Una organización en la que la enseñanza se imparta no en la misma aula por la cual desfilan todas las materias y sus respectivos profesores, sino distintos locales adecuados a la índole de la asignatura en cuestión, más en armonía con la dinámica de la edad de los enseñandos y de la riqueza de los conocimientos a transmitir.
Ambientes de geografía e historia, gabinetes de ciencias biológicas o físico-químicas en donde la técnica moderna puesta al servicio de la pedagogía ayude a los alumnos a compenetrarse de sus lecciones. Salas de música adaptadas para aprender gustando del arte de los sonidos.
Auditorium para conferencias pero también para el ensayo de los debates organizados, en los que se practique a la vez que la oratoria y la dialéctica el respeto por la persona que habla. La radio por la que se propalen programas confeccionados y ejecutados por los mismos estudiantes, bajo la dirección de profesores especializados.
Estudios cinematográficos para el desarrollo del arte escénico de imponderable trascendencia como lo hiciéramos notar anteriormente. No tenemos derechos, señoras y señores a reclamar cine moral en vocingleras manifestaciones por la calle y es estéril nuestro esfuerzo de encasillar películas bajo rótulos de calificación, mientras no intentemos al menos formar entre nuestras filas desde los libretistas hasta las empresas filmadoras y distribuidoras.
El mensaje cristiano debe llegar con eficiencia a todos los ámbitos.
El periódico, con su mesa de redacción y sus salas de máquinas en el que se hagan las primeras armas del que ha sido denominado cuarto poder. Capilla, biblioteca, talleres, el club con su gimnasio y su campo de deportes, todo en fin lo que comporta una ciudad, pero una ciudad pedagógica, una ciudad escuela donde se aprenda la difícil, la complicada pero venturosa existencia de un mundo mejor para los que tengan al decir de Belloc la gloria combativa de vivir en este siglo.
Tarea ciclópea, sin duda pero necesaria y realizable: nuestro máximo servicio a la causa de Cristo y la Humanidad en el filo de estas dos edades en que nos puso la mano misteriosa de la Providencia.
Nuestra misión, la de la generación actuante en estos momentos se perfila mucho más que como formadora de hombres, creadora de instituciones madres de ese mundo mejor vislumbrado por la mirada profética del inmortal Pío XII. No escatimemos esfuerzos, sigamos tras las huellas de San Juan El Precursor, lancémonos con entusiasmo a preparar por nuestra obra los caminos del Señor en nuestra Patria. La gracia de Dios y la protección de la Virgen están de nuestro lado.”